martes, 6 de octubre de 2009

Dale derecho


Si las respuestas a mis preguntas estuvieran a la vuelta de la esquina, ya la esquina no sería esquina. Fuera más bien como una zona de tolerancia donde putas, drogadictos y viciosos varios, convivieran en una armonía de anime; armonía precaria. No hay armonia en esta sociedad amenazada constantemente por el caos irreversible.

Todos buscamos respuestas y todos somos vulnerables

Todos somos putas, drogadictos y viciosos varios.

Sabiendo que puta es quien ama, droga es remedio y vicio es existir.

Las putas, drogadictas y viciosas son iguales a las amorosas hipocodríacas que diariamente recorren los pasillos de Farmatodo rellenando su carrito con q-tips, antiácidos, crema anti-arrugas y pruebas de embarazo.

En este mundo ya no hay esquinas y todos somos vulnerables.

domingo, 4 de octubre de 2009

Bajo del mar





Era lunes, casi martes. Ella venía de comprar unas arepas viudas en Las Tres Esquinas para rellenarlas con los restos de filete de pescado y queso amarillo que su hermano adoptivo picaba con desespero en la cocina del apartamento. Si actuaba como lo hacía no era a causa del hambre. Él sufría de una enfermedad llamada Dês Esperus Crönicus. No le gustaba esperar por nada. No podía esperar por nada. Era patológico. Absolutamente todo lo que hacía en la vida lo hacía así: desesperado.

Pero su condición no era tan grave. Al menos no para los dos hermanos que ya se habían acostumbrado el uno al otro y que se soportaban, no porque existiese cariño, empatía o alguna conexión especial. Nada de eso; nada místico. Si hacían el esfuerzo de convivir era porque en el mundo no existía nadie que los quisiera o se preocupara por ellos.

No tenían con quien estar, con quien conversar, con quien compartir una subida a la montaña de viernes pre electoral y post diluvio catastrófico. No tenían amigos, odiaban la soledad y no les quedaba de otra: debían soportarse.

Camilo, a quien le fascinaba comer papel, habló con la boca llena de arepa, queso amarillo, pescado y servilleta. Mientras lo hacía escupió algunos restos de comida en la cara de su hermana y con desespero le pasó la servilleta masticada para que se limpiara. Ella la rechazó. El siguió hablando: Estamos comiéndonos a una sirena. Marina se limpiaba con el reverso de la mano las mejillas salpicadas. Exhalaba fuerte. Obstinada pero paciente. Enseguida, sonrió y así se quedó un buen rato con la mirada perdida hacia el piso.

Pensaba que después de todo no sonaba tan mal el comentario medio caníbal de Camilo [Tomando en cuenta que las sirenas son mitad humanas] Desde que Marina vio aquella película de Disney quería ser como Úrsula. Hablar como Úrsula, maquillarse como Úrsula, reírse como Úrsula y que sus tetas fueran inmensas y se menearan gelatinosamente con el mínimo movimiento de su cuerpo. Con cada paso; con cada parpadeo. Exactamente igual a las las de Úrsula.

Esa noche mientras cenaba sirena se sintó extrañamente alegre. Era lo más cerca que había estado jamás de ser como la diva animada que tanto idolatraba y eso la llenaba de satisfacción y regocijo. Ambas, sensaciones completamente nuevas para ella. Era feliz, realmente feliz gracias a las ocurrencias de su hermano el imbécil que comía papel desesperado y masticaba y hablaba y escupía y se reía y se ahogaba y se seguía riendo y no se callaba ni un segundo. Despegó la mirada del suelo para verlo y volvió a la realidad:
Lo odio tanto y me odio tanto a mi porque nunca seré como ella. Siempre estaré maldita y condenada a vivir sin poder quitarle la voz a ninguna sirena estúpida de cabellos rojos y amigos amarillos y tesoros humanos escondidos tras una piedra gigante.

¡Qué equivocada estaba! Ella que durante esa noche cenaba sirena y Úrsula que durante toda la película nunca pudo comerse a Ariel. No era su principial objetivo, pero de haber tenido el chance seguro y se monchaba a la sirenita con todo y espinas.

La gente no se da cuenta de la felicidad aunque la estén masticando. La escupen.