viernes, 4 de marzo de 2011

Sus manos estaban tan frías como el hielo derretido de mi trago. La sentía congelada mientras la veia desde lejos como si tuviera puesto un disfraz gigante de helado de lima - limón. Provocaba lamerla con este frio. Ella llevaba puesto un vestidito negro, unas botas para la lluvia y un gorrito que le tapaba las orejas. Yo no usaba piel, ni cabellos, ni uñas, ni células, ni huesos, ni sangre, ni órganos. Ya no me sentaban bien ninguna de esas prendas.

Preferia andar por el mundo sin el peso de la humanidad; la forma más práctica y pura de desnudez. Mi alma quedaba sin sus ropas, indefensa, expuesta y tendida al viento junto a los trapos acabados de mi generación y otras que me precedieron. Me sentía energizada a pesar de todo el tiempo que me tocó llevar sobre mis hombros el karma que dejó el máximo estado de elevación espiritual que alguna vez alcanzó mi padre. Habían pasado demasiados años desde la última vez que se subió al triciclo y ya no le quedaba ninguna revelación que conservara vigencia y practicidad. Cuando se pierden las fuerzas para pedalear lo mejor será lanzarse al lago con un yunque amarrado a los tobillos, eso lo aprendí un buen día y desde entonces pedaleo sin descanso hasta la luna.

Algunas veces me siento sola y lejos de casa. Imagino que me tomas en un supiro y que luego me dejas salir con la fuerza que me daba tu boca. Luego recuerdo que nunca estuve con nadie, que nunca tuve hogar y que jamás estuve cerca de tus labios. Grandes son las ganas de probarte, helado verde, hasta que se me congele el cerebro y la capacidad primaria de análisis y comprensión.



Como un impulso capaz de levantar una hoja seca a pocos centímetros del suelo durante breves segundos, no soy capaz de llevar a nada ni a nadie conmigo. Tampoco quiero hacerlo. He comprendido tarde la importancia de la individualidad totalitaria al momento de suprimir definitivamente los complejos e insatisfacciones causadas por agentes externos a mi naturaleza. Soy como la burbuja que se rompe antes de besar la superficie, prefiero regresarme al fondo de las cosas y volver a nacer como otra burbuja desmemoriada. Se me olvida que te quiero, que me quieres y que te gusta jugar a causar trastornos. A mí no me gusta ser parte de tu trama y prefiero cortar mi lengua con hojillas oxidadas para suprimir del todo mi gusto por lo inmaduro y frío.

Somos iguales, pero en mi patio las hojas son tuyas y en el tuyo yo no tengo nada. Lo pienso, me siento sobre un átomo y recuerdo que tampoco tengo lengua y que la única cosa que realmente nos asemeja son las ganas de no tener ganas. Minimiza mis ventanas en tu chat, resetea el ordenador y dale poder al miedo de no verme más para ver si tus perros lo huelen y me espantan a ladridos de tu patio y de tu vida de una vez por todas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto es oro.